Él puso cara de intenso sufrimiento e hizo como que miraba a una y otra esquina de la calle. Pero a mí con esas!. El revoloteo de los ojos a izquierdas y derechas era sólo un pretexto para poder pasarme rápidamente la vista por la cara y espiar qué es lo que yo haría. Pero yo no hacía nada sino mirarlo. Así nos estuvimos un buen rato, los dos de pie, en la vered, yo en el umbral de la puerta, sin hablar y estudiándonos mutuamente. "Vamos a ver quién gana", pensaba yo.
Pero el hombrecito seguía mudo y vigilando las esquinas como si deseara irse y yo no lo dejase. La galera giraba entre sus manos. Y aunque la mañana era fría, el sudor comenzó a correrle por la frente.
Cuando su cara fue ya la cara de San Lorenzo que empieza a sentir el fuego de la parrilla donde lo asan, tuve piedad.
-¿Su profesión?- pregunté
Dió un larguisimo suspiro, como si durante todo aquel tiempo hubiera estado conteniendo el aliento, y:
-Pintor- Contestó
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